viernes, 5 de febrero de 2010

Clásico de los míos

Paseábamos por la calle, tranquilos. Sabía que estaba orgulloso de mí, me mostraba contento ante los árboles, los bancos, las calles, los parques, las personas. Y me cogía de la mano, fuerte, para sentirla y saber que no me iba a soltar. La verdad es que ni siquiera me lo planteé; no quería soltarme en aquellos momentos. Lo que sí que es cierto es que temía que las circunstancias se pusieran en mi contra, y mi corazón cambiara de bando apostando sus ilusiones en un juego que de sobra sabía que no ganaría. No, no está bien jugar con las ilusiones de la gente, y menos con las de las personas que te importan. Pero me miraba tan feliz... siempre he pensado que su sonrisa radiaba entre todas las cosas. Son esas sonrisas que recuerdas por lo sinceras que son; las que dan magia al rostro, con las que también se enarcan los ojos, y ríen. No quería soltarme de su mano, pero el miedo a hacerlo era mayor que todo el deseo que pudiera sentir en ese momento.
Mientras tanto, olvidando el futuro y sus tantos acontecimientos que más tarde nos acorralarían en un callejón oscuro y sin salida, vivíamos el presente. O al menos eso intentaba yo; dejar de lado lo que no existía siquiera, y dar sentido a lo que estaba haciendo. Iba de su mano. Él estaba orgulloso de mí, de llevarme, de presentarme ante el mundo, de decir que yo era la afortunada. Su afortunada. Y me sentía bien, porque nadie antes me había paseado de tal manera. Y con tal sonrisa.