viernes, 27 de mayo de 2011

Los primeros

Dicen que los amigos de verdad siempre están ahí. Particularmente, yo tengo días en los que mientras voy caminando, me giro para ver si hay alguien que me sigue y me encuentro un poco desprotegida, a la intemperie. Pero, en el fondo, sé que siempre están ahí cuando los necesito. En el día a día apenas hablo con ellos; hay semanas enteras en que ni los veo y, a decir verdad, me siento mal por ello. Los echo de menos, porque la vida de la Universidad sí es cierto que es diferente, innovadora e incluso emocionante. El hecho de coger el metro todos los días para desplazarme ya supone una ruptura de mi rutina permanente de vida, y convivir con gente que conozco de menos de un año también supone un cambio relevante. La verdad es que no me puedo quejar; la gente que he conocido es excelente, soy capaz de cristalizarlos y verles el fondo. Me transmiten confianza, tranquilidad. Realmente, es como si los conociera desde hace más tiempo. Lo que pasa es que mis amigos, mis verdaderos amigos, son algo distinto. Con el tiempo, he ido descubriendo que lo que me determina a la hora de decidir si éste es amigo o no amigo, son las experiencias que he vivido con él; los momentos. Los minutos, las horas y horas de conversaciones algo más que superfluas. Ya lo dijo Maslow; cuando vas madurando, las relaciones son selectivas pero profundas. Pocas, pero buenas. Y de verdad, lamento no verles mucho. A decir verdad, a los que más echo de menos son a Rafa, a Andrea, a Noelia y a Alba. Lo que pasa es que con Noelia es distinto; realmente, la veo cada dos por tres por las mañanas en el metro, y Alba... Alba vino a mi casa el día de mi cumpleaños para felicitarme y darme un detallito. Pero Alba está en una onda completamente distinta. A Rafa y a Andrea ya es otro asunto. Me gustaría que las cosas fueran como antes; estar a 5 minutos de mi colegio y ver sus caras todos los días; aunque tuviera que estar ocho horas diarias en ese infierno de cárcel. Sus caras, sus expresiones, sus voces... Las de toda la vida. Toda la puta vida señores, 19 años que tengo y prácticamente la mitad de ella la he compartido con esas personas. Y aunque ahora tengamos menos contacto, yo los sigo queriendo igual. Siguen siendo las primeras personas en las que pienso cuando digo ''amigo'', con sus más y sus menos, con los momentos mejores y peores. Son los primeros, y siempre lo serán...

jueves, 5 de mayo de 2011

Mi pequeño mundo vs El gran mundo

El mundo es muy grande. Es tan, tan grande que, cuando salgo de mi pequeño círculo al que también llamo mundo, siento que realmente aún no he visto nada. Que aún no he visto nada y que aún no he sentido ni pensado todo lo que me queda por sentir y pensar. Y me noto sorprendida, encantada y un poco confusa, pero satisfecha de haber descubierto que no todo se queda ahí. En el pequeño círculo de cada día que estoy segura de que si viviera constantemente en ese mundo tan grande y ajeno a mi, acabaría echando de menos. Pero mira, a veces abro las puertas y veo tanto paisaje aún por disfrutar que me tranquilizo. Y me asusto, a decir verdad. Porque conocer mundo me puede llevar a tomar decisiones difíciles, como decidir seguir o decidir romper con algo de mi antiguo círculo, de mi pequeño mundo. Cuando conoces, te juegas el agrado y el desagrado, y con el desagrado te vuelves a tu universo, pero con el agrado te arriesgas. Te arriesgas, porque tienes que ser valiente y decidir si te compensa más lo nuevo de ese nuevo mundo o lo conocido de tu pequeño círculo. Y eso es así. Lo que pasa es que a mi no me gusta tomar decisiones difíciles; siempre me quedo con la duda de si, realmente, acabé haciendo bien. Siempre acabo planteándome que si de verdad A era mejor que B, y me imagino si hubiera elegido a la inversa. Decisiones, la vida no es más que un camino de esas, y hoy no es más que un día de esos en los que no sé si prefiero quedarme en mi humilde morada o salir trotando por el verde césped del mundo, con olor a libertad...

miércoles, 4 de mayo de 2011

Ganancias y pérdidas

Hay cosas que pasan, como el tiempo, las buenas y malas rachas, las estaciones, los amigos. Y hay cosas que permanecen, persisten aunque nosotros a veces dejemos de apreciarlas, como la familia, las pequeñas alegrías de cada día... y de nuevo los amigos. Y es que ocurre eso, que hay amistades que pasan, como lo hacen los años, y hay amistades que perduran a pesar de todo. Y no porque se pierda una amistad significa que nunca la tuviste. Fue tuya pero, por suerte, por desgracia o sencillamente por destino, ya no lo es. Y esa pérdida no tiene por qué cegarte el buen recuerdo de lo que fue. En momentos así, no cabe ni merece la pena guardar rencor o resentimiento; si las cosas suceden, siempre es por algún motivo, aunque nos cueste comprenderlo. Es mejor pensar que esto funciona así...

domingo, 17 de abril de 2011

No me leas el corazón

Tal vez, lo que yo buscaba era alguien que me leyera la mente. Alguien que, en cuanto me mirase de refilón, supiera lo que se me estaba pasando por la cabeza. Mi preocupación, mi tristeza, mis películas de ciencia ficción dignas de Óscar. Lo que quería es que me cogiera de los hombros y, mirándome a los ojos fijamente y con seriedad, me dijera: a ti lo que te pasa es que estás celosa. Te sientes mal contigo misma porque piensas que las demás son mejor que tú, pero no, no es así. Pueden haber mil mujeres en el mundo que tú siempre serás la elegida, la chica de mi vida.
Eso es lo que quería yo. Encontrar esa comprensión que, en esos momentos, no sabía muy bien dónde se encontraba. Comprensión o adivinación, no lo sé. Ya te digo, sólo quería a alguien que supiera leerme el corazón. Y mi duda más frugal era esa. ¿Él de verdad sabe leérmelo?. Le escuchaba mientras me hablaba de la noche anterior, la del Casino. Oía sus palabras y, por dentro, me llenaba de lágrimas. ''Lo que se tendría que hacer es poner dos fichas en cada lado; te darían una más por cada una de ellas...''. Esa tarde él tenía que ir al fútbol, pero al final se quedó en casa porque su primo no podía acompañarle. Se quedó conmigo. Y es curioso, porque hay miles de esas tardes de fútbol en las que le intenté convencer para que no se fuera y para que pasara lo que quedaba de domingo conmigo. Y no, no lo hizo. Y ese día, justamente que su primo no podía, me lo dice. ''Me apetece más quedarme contigo''. Burda hipocresía...
La cuestión es que no me alegré. Pensé que, justamente, una tarde en la que tampoco me moría por estar sin él, se quedaba conmigo. Y, está bien, tampoco me decepcionaba. Ni me entusiasmaba, a decir verdad. Estaría con él, pasaría más horas de las previstas con él y punto. Me siento mal al contar esto...

Puede que, realmente, la rutina pueda con todo. Puede que sea verdad que el amor no es más que un frágil lazo que, si lo fuerzas, se tensa y se rompe. Y es una realidad que muchas veces no queremos ver, pero dentro de nosotros sabemos que está. Lo que pasa es que resultaría demasiado doloroso reconocer que el amor ha acabado, o que ha mudado de piel, para que suene menos violento. Pero, sin embargo, aún me sigo poniendo celosa cuando pienso que mira a otra. O cuando no me aprieta contra sí viendo una película, o cuando no me manda un mensaje cariñoso. Tal vez me estoy revelando ante una falta de amor y me estoy desilusionando, no lo sé. Puede que ya haya sobrepasado los límites del sufrimiento que podía aguantar con él. Y no con grandes cosas, sino con las pequeñas cosas que han ido ocurriendo día a día. Pensamientos tan distintos, palabras tan distintas, modos de actuar tan distintos... Y siempre intentando que encajaran y que esa disonancia no causara problemas. Te acabas dando cuenta de que sí, que entre lo diferente siempre se crean fricciones. Roces que desgastan lo bonito de recorrer un camino juntos. Una incomprensión que te enmudece y se lo pone más difícil. Un intentar acertar y no poder, porque ya nunca se acierta con lo que se dice; porque cuando el castillo de naipes empieza a desvanecerse ya no hay quien lo pare. Lleva preguntándomelo desde hace tiempo. ¿Me quieres?. ¿Me quieres?... Y cuando le respondo con un mensaje siento que me está descubriendo mientras me mira a los ojos. Sin mirarme, siento que adivina que estoy mintiendo. Te quiero, pero ya no sé si de la misma manera. Y puede que suceda eso, que tú no estés preparado para verlo, y yo hasta ahora tampoco. Puede que los dos no queramos enfrentarnos a esto, no lo sé. Justo me lees el corazón cuando menos quiero que lo hagas...

jueves, 7 de abril de 2011

Mis escaparates

Deberíamos colocar nuestras experiencias y recuerdos en dos escaparates. Un escaparate en la derecha, lleno de las vivencias que nos hicieron sufrir y de los momentos que, desafortunadamente, a veces nos atacan inesperadamente. Y, en el otro escaparate, en el de la izquierda, colocar todos esos instantes azucarados, alegres o pequeños pero significativos. Me he dado cuenta estos últimos días de que yo tengo ambos escaparates; lo que me ocurre es que tengo el defecto de pararme con mi moto imaginaria frente al escaparate de cachibaches que me lastran y me dificultan el camino. Sin embargo, cuando sólo miro a la izquierda, a la parte donde están las cosas más bonitas, me animo. Sólo hace falta un cambio de dirección de la mirada para continuar. No hablo de un cambio de pensamiento, ni de mentalidad. Sencillamente, un cambio en la dirección de tus ojos. Olvidarte del puñetero escaparate de la derecha y continuar, fijarte sólo en las pequeñeces que te endulzan los días. Y seguir así, cada uno en nuestro vehículo imaginario, recorriendo nuestro camino sin pensar en lo que no te merece la pena pensar...

domingo, 3 de abril de 2011

Qué-an.gus-tia...

Lo que me pasa es que, a veces, me siento en un teatro grandioso, con cientos de millones de actores y actrices insuperables, figuras que interpretan sus papeles como nadie. Personas que son y actúan así porque les viene de nacimiento o porque las circunstancias les obligaron o les incitaron a ser de una determinada manera. Divertidos o sosos, inteligentes o tontos, originales o no. Pero, últimamente, lo que más abunda son personas a las que les gusta aparentar para que ''el otro'' crea que, piense que, opine que. Muchos de los actores y actrices de la obra que presencio no son más que burdos perdedores que, simplemente, quieren vender una imagen de falsa felicidad, de despreocupación o de indiferencia. Quizás, una imagen mentirosa que les ayuda a convencerse de que no todo está perdido, ya no por aparentar, sino por la ingenua idea de creerse su propia mentira y sentirse verdaderamente felices. Pero, por dentro, sé muy bien cómo se sienten. A veces, me siento tan en simbiosis con el medio que me confundo con ellos. Sé lo desgraciados que se sienten algunos, intentando convencerse a ellos mismos y a los demás de lo ficticiamente satisfechos que están con sus vidas. Hay ocasiones en las que incluso me creo sus mentiras y me siento una completa inútil, pero luego lo pienso: ¿de qué les vale? al fin y al cabo, ¿qué importa lo que piensen los demás?. Al final, lo único que vale es lo que pienses tú de ti mismo, sin la aprobación de esa masa que, muchas veces, juzga por lo que les pareces y no por lo que te conocen...

miércoles, 16 de marzo de 2011

De madrugada

El motivo de que esté escribiendo a las 04:36 de la madrugada, nada más llegar de una noche de fiesta y de ingestión de más de un litro de sustancias alcohólicas, es el bienestar. El bienestar con una misma, concretamente. Porque sí. Hoy, es una de esas noches en las que, yéndome a dormir, pienso: tengo que plasmar lo que siento, porque sé que esta sensación no volverá hasta dentro de un tiempo. Hasta que vuelva a sentir que hago algo útil por alguien. Que algo sentir bien a alguien. Y, tal vez, es algo que hago habitualmente sin darme cuenta, pero sólo hay unas pocas veces que lo percibo. Y cuando lo percibo me siento tan bien...
Podría describir esta noche de mil maneras, pero sólo quiero centrarme en una. Ver a una amiga mía triste, preocupada por el miedo a una posible transición sentimental. Natural, como la vida misma. Ver que todo aquel que pasa y le pide que se anime, viene y va sin pena ni gloria. ''¡Vamos, Colomer, que son fallas!'', ''Vamos, no estés mal, no tiene sentido, disfruta...'', ''Están todos tus amigos aquí, ¡alégrate!''. En fin, tonterías que solemos decir cuando realmente no sabemos cómo ayudar a alguien. Deberíamos saber profundizar, inspeccionar, averiguar el por qué de los estados de ánimo. Todo tiene un desencadenante, y la consecuencia es la sensación, errónea o cierta, pero es así. Así que, después de ver a mi archienemiga intentando animar a mi amiga con una serie de sendeces humildes pero inútiles (entre las que nombra el dicho de ''pero si están todos tus amigos aquí, ¡alégrate! están Sandra, Noelia, Ana...''), comienzo a hablar yo con ella. Con una seguridad que ni yo misma entiendo, un poco ebria, pero sabiendo lo que decía. Siendo completamente consciente de todo. Clara, sensata, sencilla, con una expresión verbal impecable. Serena, como pocas veces me muestro. Así que veo que, en esa parrafada oral que le regalo -útil, aunque parrafada-noto sus ojos suplicantes mirarme de vez en cuando, como preguntándome con ellos qué es lo que debía hacer. Y yo hablo, le comento, le aconsejo, le guío lo mejor que puedo y que sé. Y mi archienemiga, de nuevo, repite lo mismo que le he dicho yo pero más vulgarmente -ella es así. Simple. Patética-. Mi amiga, mientras, con la cabeza agachada. ''Pero no sabes ni la mitad, Amparo... No lo sabes...''. Seria, insatisfecha, decepcionada, sin ganas de darle explicaciones. Y mi archienemiga empieza a preguntarle para guiar la respuesta. Mi amiga, incómoda, la sigue. Le responde como puede. Y, de pronto, sin más ni menos, en un silencio pensativo, empieza a llorar y se abraza a mi. Se lanza y me abraza, como si con ello fuese a solucionar algo. Y yo, con todo mi corazón, la abrazo.

Hay veces que, como he dicho antes, no nos vale una simple razón burda y barata para animarnos. Debemos instalarnos en el interior del otro y ver desde ahí la situación, aunque con la objetividad de alguien que pretende ayudarnos. De ese modo, nos ayudamos a nosotros mismos como si fuera otra persona la que, desde nuestro interior, nos conduce a ello. Ojala pudiera acordarme con detalle de toda la conversación, que ha durado al menos dos horas. Y, mientras hablaba, notaba como todos los presentes me escuchaban. Medio alucionados, medio sorprendidos de que yo fuese capaz de recapacitar así, de reflexionar de ese modo. He sacado una parte muy mía sin darme cuenta, o siendo consciente de ello, pero dejándome llevar, que es lo que cuenta. Dejándome fluir con naturalidad, siguiendo la corriente del momento, del mismo presente. Y, al terminar de dar mi explicación, veo las caras de todos y escucho decir a Rafa: joder, Ana... Qué razón tienes. Y la cara de Mar, de Sandra, de Jhon, de Sergio. De Colomer. Como si nunca hubieran llegado a la conclusión a la que yo llegué o, tal vez, como si nunca lo hubieran planteado de esa manera. Me siento tan satisfecha de haber mostrado parte de lo que soy... No sé por qué me cuesta tanto. Cuando lo hago, sorprendo a la gente que me rodea, y para bien. Me sorprendo hasta a mi misma, la claridad de mis ideas y mi seguridad al comunicarlas. Sólo me ocurre en momentos puntuales, pero qué momentos. Son tan valiosos que soy capaz de dormirme casi a las 5 de la mañana para poder plasmarlo en algún lado, todo por no olvidarlo.

Y luego Sandra, igual, triste y sobria perdida. Ella y sus confusiones. Naturales, como siempre. Todo en esta vida -o casi todo- es natural. Y también la ayudo. Me da igual perderme la noche de fiesta, la música o las fotos con la gente. Me importa más hacer algo bonito por alguien, algo como escuchar e intentar calmar la tormenta que a veces acucia en el interior de las personas. La verdad, me preocupa mucho más. Me cago en las apariencias.

Y lo bueno que pienso que tengo es que soy leal. Leal como el perro que lleva conviviendo con su amo desde que vio la luz. Porque, aunque yo vaya y venga, siempre estoy ahí. Estoy en lo bueno, pero sobre todo en lo malo. Y, para mi, eso es lo importante, porque es muy bonito estar cuando todo pinta bien, pero lo que verdaderamente importa es estar cuando a uno le necesitan. Y yo pienso que lo estoy, para quien me llame.