domingo, 3 de abril de 2011

Qué-an.gus-tia...

Lo que me pasa es que, a veces, me siento en un teatro grandioso, con cientos de millones de actores y actrices insuperables, figuras que interpretan sus papeles como nadie. Personas que son y actúan así porque les viene de nacimiento o porque las circunstancias les obligaron o les incitaron a ser de una determinada manera. Divertidos o sosos, inteligentes o tontos, originales o no. Pero, últimamente, lo que más abunda son personas a las que les gusta aparentar para que ''el otro'' crea que, piense que, opine que. Muchos de los actores y actrices de la obra que presencio no son más que burdos perdedores que, simplemente, quieren vender una imagen de falsa felicidad, de despreocupación o de indiferencia. Quizás, una imagen mentirosa que les ayuda a convencerse de que no todo está perdido, ya no por aparentar, sino por la ingenua idea de creerse su propia mentira y sentirse verdaderamente felices. Pero, por dentro, sé muy bien cómo se sienten. A veces, me siento tan en simbiosis con el medio que me confundo con ellos. Sé lo desgraciados que se sienten algunos, intentando convencerse a ellos mismos y a los demás de lo ficticiamente satisfechos que están con sus vidas. Hay ocasiones en las que incluso me creo sus mentiras y me siento una completa inútil, pero luego lo pienso: ¿de qué les vale? al fin y al cabo, ¿qué importa lo que piensen los demás?. Al final, lo único que vale es lo que pienses tú de ti mismo, sin la aprobación de esa masa que, muchas veces, juzga por lo que les pareces y no por lo que te conocen...

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