domingo, 17 de abril de 2011

No me leas el corazón

Tal vez, lo que yo buscaba era alguien que me leyera la mente. Alguien que, en cuanto me mirase de refilón, supiera lo que se me estaba pasando por la cabeza. Mi preocupación, mi tristeza, mis películas de ciencia ficción dignas de Óscar. Lo que quería es que me cogiera de los hombros y, mirándome a los ojos fijamente y con seriedad, me dijera: a ti lo que te pasa es que estás celosa. Te sientes mal contigo misma porque piensas que las demás son mejor que tú, pero no, no es así. Pueden haber mil mujeres en el mundo que tú siempre serás la elegida, la chica de mi vida.
Eso es lo que quería yo. Encontrar esa comprensión que, en esos momentos, no sabía muy bien dónde se encontraba. Comprensión o adivinación, no lo sé. Ya te digo, sólo quería a alguien que supiera leerme el corazón. Y mi duda más frugal era esa. ¿Él de verdad sabe leérmelo?. Le escuchaba mientras me hablaba de la noche anterior, la del Casino. Oía sus palabras y, por dentro, me llenaba de lágrimas. ''Lo que se tendría que hacer es poner dos fichas en cada lado; te darían una más por cada una de ellas...''. Esa tarde él tenía que ir al fútbol, pero al final se quedó en casa porque su primo no podía acompañarle. Se quedó conmigo. Y es curioso, porque hay miles de esas tardes de fútbol en las que le intenté convencer para que no se fuera y para que pasara lo que quedaba de domingo conmigo. Y no, no lo hizo. Y ese día, justamente que su primo no podía, me lo dice. ''Me apetece más quedarme contigo''. Burda hipocresía...
La cuestión es que no me alegré. Pensé que, justamente, una tarde en la que tampoco me moría por estar sin él, se quedaba conmigo. Y, está bien, tampoco me decepcionaba. Ni me entusiasmaba, a decir verdad. Estaría con él, pasaría más horas de las previstas con él y punto. Me siento mal al contar esto...

Puede que, realmente, la rutina pueda con todo. Puede que sea verdad que el amor no es más que un frágil lazo que, si lo fuerzas, se tensa y se rompe. Y es una realidad que muchas veces no queremos ver, pero dentro de nosotros sabemos que está. Lo que pasa es que resultaría demasiado doloroso reconocer que el amor ha acabado, o que ha mudado de piel, para que suene menos violento. Pero, sin embargo, aún me sigo poniendo celosa cuando pienso que mira a otra. O cuando no me aprieta contra sí viendo una película, o cuando no me manda un mensaje cariñoso. Tal vez me estoy revelando ante una falta de amor y me estoy desilusionando, no lo sé. Puede que ya haya sobrepasado los límites del sufrimiento que podía aguantar con él. Y no con grandes cosas, sino con las pequeñas cosas que han ido ocurriendo día a día. Pensamientos tan distintos, palabras tan distintas, modos de actuar tan distintos... Y siempre intentando que encajaran y que esa disonancia no causara problemas. Te acabas dando cuenta de que sí, que entre lo diferente siempre se crean fricciones. Roces que desgastan lo bonito de recorrer un camino juntos. Una incomprensión que te enmudece y se lo pone más difícil. Un intentar acertar y no poder, porque ya nunca se acierta con lo que se dice; porque cuando el castillo de naipes empieza a desvanecerse ya no hay quien lo pare. Lleva preguntándomelo desde hace tiempo. ¿Me quieres?. ¿Me quieres?... Y cuando le respondo con un mensaje siento que me está descubriendo mientras me mira a los ojos. Sin mirarme, siento que adivina que estoy mintiendo. Te quiero, pero ya no sé si de la misma manera. Y puede que suceda eso, que tú no estés preparado para verlo, y yo hasta ahora tampoco. Puede que los dos no queramos enfrentarnos a esto, no lo sé. Justo me lees el corazón cuando menos quiero que lo hagas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario